lunes, 4 de abril de 2011

Escondida

“Cada paso me dificultaba más la respiración, podía oír un suave murmullo a unos pocos metros de mí en la oscura cueva. Sabía que no tenía ninguna justificación de hacer esto, pero como siempre, la curiosidad ganaba la batalla y el sentido común salía perdiendo. Empezaba a ver sombras al fondo, todas estaban quietas y miraban fijamente a una más grande que estaba en el medio hablando algo ininteligible.  Por un momento dudé. ¿Debería seguir avanzando y dejarme ver? ¿O debería esconderme entre las sombras y esperar a que los otros se fueran y lo dejaran solo?

Sabía que la decisión podía costarme la vida, así que me tomé un buen rato para pensarla bien. Al final decidí acudir abiertamente a su encuentro. Si fuera peligroso el me protegería, o al menos me ayudaría a escapar, espero. 


Di otro paso, ansiosa, pensando que diría el al verme. Pero antes de dar el siguiente paso se me ocurrió algo. ¿Y si él no estaba ahí? Pero de inmediato deseché la idea, porque acababa de verlo, o más bien acababa de ver su inconfundible pelo negro, despeinado como siempre. Di otro paso, esta vez más firme, he inmediatamente todos se callaron, porque no había sido silenciosa. Alguien encendió una vela, aunque no tenía sentido; ellos pueden ver perfectamente en la oscuridad (¿tal vez para que yo los viera?)  


Pude distinguir un reducido grupo de personas sentadas en piedras alrededor de un pequeño bulto, la más grande estaba parada frente al bulto y no se había percatado de mi presencia, sino que miraba al bulto con expresión preocupada, como si temiera que algo le fuese a pasar. Las demás personas me estudiaban con curiosidad y pude ver como una se relamía. Lo miré para ver su expresión, la cual era de sorpresa, alegría y algo de culpabilidad, pero inmediatamente cambió a miedo. A mí también me dio miedo al verlo. Después de todo, había sido un error haber venido. Me acerqué un poco más y ahogué una exclamación.

Sus ojos, sus hermosos ojos grises que tanto me habían infundido confianza y seguridad, ahora lucían un relampagueante color rojo sangre, tan brillante como la luna. Su boca tenía el mismo color y de una esquina de su labio resbalaba una gota de un familiar color rojo oscuro. Inmediatamente, y con expresión de terror, se pasó la mano por su boca, a fin de limpiar la sangre de su cara, pero ya era demasiado tarde.
Lo había comprendido todo.


Mi grito se convirtió en un desgarrador eco que resonó por todo el lugar”


Fragmento de una historia que aun no termino.

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